miércoles, 16 de enero de 2008

Historia del hombre que simplemente se enamoró.

Era un tipo de barrio. No solía salir mucho de los límites de su comarca, sobre todo cuando hacía frío. Trabajaba en el fondo de su casa, dándole nueva vida a objetos que desde la eternidad habían sido predestinados para caer en sus manos y fluir desde allí al infinito con nueva forma pero con la misma esencia, es decir, que era chatarrero. Los materiales le llegaban a su casa de dos plantas, ubicada en una de las pocas calles asfaltadas del barrio. Así, que solo le era menester salir a la puerta de su casa todos los días para recoger los vejestorios y luego, en la puerta misma se lo entregaba a un nuevo comprador. No era de ese tipo de chatarreros que salen por la vida buscando la chatarra en las esquinas. Esa era demasiada aventura para él y en su nacimiento no había sido bañado en aguas sagradas del río Estigia como Aquiles, lo que le daba bastante desconfianza de sí mismo para realizar tales hazañas. El prefería una vida segura y confortable en su guarida pestilente. Sin embargo, como el lector menos avispado de todos ya habrá advertido, a la vida de este personaje le faltaba algo de intriga, drama o pasión para que valga la pena que sea el protagonista de este humilde mas aburrido relato. Y así es, un día, algo terrible sucedió. En aquellas expediciones que solía realizar hasta la puerta de su nido en busca de materiales oxidados, nuestro héroe solía ver de vez en cuando a la bellísima vecina de enfrente. No mentirán mis retractores al afirmar que no vivía en frente sino un poco más en diagonal hacia la derecha, pero así le gustaba llamarla a él. Era simplemente hermosa, no había palabras que alcanzaran para describir la parálisis instantánea que sufría el aparato circulatorio de nuestro querido chatarrero frente a tales apariciones. El cabello negro azabache acariciaba su rostro insuflándole más aires de grandeza que los que el mismo portaba. Este pelo bajaba, hasta su cintura gloriosa, hermosa curva estelar que convocaba imágenes de galaxias lejanas en lo más inconciente de nuestro muchachote. El rostro de la dama derramaba gracia y dulzura, siendo su sonrisa el elixir más preciado que él jamás hubiese deseado. Sus ojos jugaban como evasivos, acercándose al umbral de la chatarra y yendo de nuevo lejos sobre el camino recorrido. Parecía volar cuando caminaba, sin embargo sus ágiles pies, el piso tocaban, sintiendo éste el más bello arrumaco que ningún suelo de cualquier tipo halla sentido en todo la eternidad. Y así, como tan predecible puede ser este tipo de historias, el hombre en cuestión no tardó en caer enamorado de la delicada dama, Hubiera pasado horas recitando su nombre, si lo hubiese sabido. Así que simplemente se dedicaba a contemplarla aunque sea un ratito por día. Deseando aunque sea poder saludarla. Sin embargo, estos seres, bastante ermitaños, suelen ser algo tímidos y silenciosos, lo que provocaba cierto desanimo en la vida de nuestro bonachón protagonista. Pero claro, hubo algo que un día todo lo cambió. -Discúlpeme, mi nombre es Rosalí, y he visto que usted trabaja comprando y reciclando elementos que no son más de utilidad- -eh eh eeeeehhh… Sí señorita No podía ser real, no podía estar sucediendo, no podía ser ella. Era su momento de redimirse frente al mundo y gritar y que todos lo sepan que el declararía su amor a su princesa y todos lo gloriarían por su proeza, ya nadie lo despreciaría por su torpeza. -Ciertamente que tengo varios objetos que me interesaría que usted vea, si solamente pudiera venir a mi casa y mirarlos…- -¿Cómo no? A su servicio se encuentra este hombre huraño y tosco. Los ojos de la belleza misma brillaron con insinuación. Nuestro Romeo, la siguió, dando zancadas algo torpes que la dama pareció no notar. Muy pronto entraron a su hogar, el lugar era cálido con una aroma en el aire que rayaba lo angelical. El joven enamorado sintió como si galopara arriba del corcel de los mejores sueños y la niña a todo esto lo miraba diciendo: -¿Se encuentra bien? -Si mi lady, digame ¿dónde esta la chatarra?. -Eh escúcheme en realidad… -¿Què? -Temo decirlo, no se que pensará de mí por mi engaño y desfachatez pero… -Dígame, nada proveniente de usted podría ofenderme -Ciertamente no existe dicha chatarra, buscaba una excusa para hablar con usted y poder decirle cuan enamorada estoy, cuanto lo amo, y cuan desesperada estoy por vivir el resto de mis días junto a usted mi amado Humberto -Sa ssa sss sa sabe mi nombre…. Señorita! Rosalí! No sabe hace cuanto tiempo que sueño con usted. Las noches se me pasan entre sueños refrescantes como el rocío donde sus labios se unen a los míos en un beso que expresa mucho más de lo que soy capaz de decir. Con chatarra he esculpido su rostro y he ahorrado hasta para hacerle un regalo que pudieran aunque sea llamar por un instante su atención. -Humberto! Mucho antes me he fijado yo en usted! Béseme No hubo momento más feliz y triste a la vez para ningún hombre vivo o muerto. Él la miró con triste desesperación. Ella con los ojos cerrados y los labios juntos esperaba sentir la caricia y el beso de su amado. Pero él la vio, allí atrás, parada en un rincón, tan alta y elegante como tétrica y espantosa. Su vestido negro tocaba el piso y su mano blanca y delgada lo señalaba. Por fin lo había encontrado. La Muerte misma lo estaba acechando. Salió sin decir adiós, recogió algunas cosas en su casa y dejo la puerta cerrada. Nunca más regresó. No se sabe a donde fue. Se cree, sin ninguna prueba, que fue contratado, por el resto de sus días, para contestar el eco de las frases sonsas que los jóvenes arrogantes arrojan dentro del inodoro de la estación de tren de Haedo. En cuanto a ella, se sabe con científica certeza, que anda por las calles del barrio de Ciudadela, buscando un amor sincero que la ame como aquel, ofreciendo su vida entera al que la haga sentir bien. Lo que ella no sabe, es quien es su compañera y cual es el destino triste de tormento que a quien la bese, le espera.

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