jueves, 21 de julio de 2011

OLGA 1973

Para alguien: Aunque sea en tu memoria me gustaría existir. En este momento no puedo dejar de pensar en este recuerdo.... Me paré detrás del último de la fila sin prestar mucha atención a quien era la persona que estaba adelante. El local del correo no era un lugar muy agradable para mi, ni para nadie que yo conociera, ya que por lo general se suele tardar bastante en ser atendido y por otro lado los modos de los empleados ni se acercan a las mínimas normas de amabilidad. Muchas veces, en aquellas circunstancias, tuve el mismo debate interno -¿Acaso alguien la obligó a esta mujer a estar atendiendo atrás de una ventanilla en un correo? Si tanto le molesta tratar con seres humanos, como su cara lo indica, ¿Qué es lo que hace ocupando dicho lugar? ¿Nunca pensó trabajar en una fábrica de soda? Podría ser menos estresante para ella. En fin es su problema- Cambiando de dirección mis pensamientos, fijé la vista en el cartel que estaba pegado en la pared a mi izquierda. Una maraña de rostros con nombres me miraban desde allí. En un primer instante rechacé la sensación que me provocó. Me fatigaba el solo hecho de saber lo estresante que es la información que allí leería. Sin embargo, ni llegaba a leerla, ya que no tenía los anteojos. Últimamente siempre los olvidaba en casa. De todos modos sentí conocer ese tipo de cartel y esas caras que me llamaban. La fila iba avanzando y la línea azul pintada en el piso que dice “NO AVANZAR, ESPERE A SER LLAMADO” me indicaba que, si no sucedía nada extraño, sería el próximo en ser atendido. Depositado el sobre y pagado el monto que alguna resolución con algún número indicaba que debía pagar, emprendí la salida. Ahora sí, pasé por al lado del cartel y lo miré. Aspiré a pasar de largo pero me detuve a mirarlo. Muchas veces se ha dicho que el dolor ajeno deja de ser dolor para ser solo ajeno. Y con esa actitud era con la que quería seguir caminando pero no puede. Había seres humanos. Supe que era uno de aquellos carteles donde se publican las caras de la gente extraviada. Con seguridad no podía hacer nada, pensé. Pero sentí una fuerza en la conciencia que me hacía sentir que aunque sea le debía a esas personas perdidas una mirada. Sentía que les debía, como todos les debemos, aunque sea una mirada de compasión, una mirada cargada de deseo, una mirada que busque ayudar. De todos modos ya lo sabía. Yo nada podía hacer. ¿Qué puede hacer un simple estudiante de historia frente a personas desaparecidas en un país de vaya uno a saber cuantos millones de km cuadrados en un mundo de muchos otros tantos millones de km más? ¿Qué puede hacer uno, pequeño insignificante, en la locura de la batalla diaria urbana frente a tales miserias? No puedo hacer nada, me dije resignado, generándose un nudo en mi pecho. ¿Quién es María Laura Morales? Parece bonita, su sonrisa habría sido alegre en otros tiempos. Con seguridad habría tenido algún hombre que la quisiera y que planeara un futuro con ella, tal vez sin ella todavía saberlo. ¿Quién es Ovidio Pérez? Tiene cara de hombre mayor, o mejor dicho parece notarse que no es tan grande como su rostro lo indica. Sería seguramente un trabajador empeñado, especulaba. Tendría una nieta a la que le gustaba llevarla al parque para dar una vuelta en calesita tal vez. ¿Quién es Martín Haitfield? ¿Quién es Ester Passuti? ¿Quiénes son? ¿O quienes no son? Laura no existe, ninguno de ellos tampoco. O solo lo hacen, talvez, para un puñado de familiares desesperadas y para algún aislado burócrata que de vez en cuando de compromiso imprime un sello en algunas hojas indicando que la búsqueda avanza, que bien, que mal, que mas o menos, que vuelva la semana que viene. En esos momentos es cuando una dos palabras o mejor dicho un nombre y una fecha se me vinieron repentinamente a la cabeza y se estableció una fuerte conexión entre ello y el cartel que esta mirando: Olga 1973. -No, no tiene nada que ver- me dije. Aquella mujer escribió su nombre en aquel lugar, solo porque tenía ganas de hacerlo, y nada me indica que alguna vez ella habría estado en alguna situación parecida a la de las personas del cartel. ¿Por qué se me viene esa idea a la cabeza? Me preguntaba ¿Por qué pensaba que Olga también lo miraba desde aquellas fotos de dos por dos centímetros? No lo sabía. De hecho no sabía nada sobre Olga más allá de que había visto su nombre escrito con pintura blanca en una roca al costado de la Ruta Provincial 48, en la provincia de Neuquén durante el viaje que había emprendido el mes pasado buscando un poco de descanso. -BASTA- Me ordené. No siempre reflexionaba tanto, no podía hacerlo sobre cada asunto que se me cruzaba. Sabía que el mundo era muy complejo y que me gustaría, como a muchas personas poder abarcar mucho más, pero era conciente también que no podía. Tal vez era una auto coartada mental para justificar la impunidad con la que andamos por la vida todas las personas que no hacemos absolutamente nada cuando, por ejemplo, vemos a alguien durmiendo en la calle. Pero yo solía pensar o mejor dicho no lo pensaba, sino que lo sentía que si frente a cada asunto quedara así paralizado filosofando ayudaría mucho menos que siguiendo adelante y viviendo mi vida cotidianamente de la mejor manera posible. Di media vuelta, y caminé hacia la calle. El calor era agobiante en esos días de verano en Buenos Aires, sobre todo cuando uno había regresado hace poco de vacaciones de un lugar tan hermoso como nuestra Patagonia sabe ser. La hora del almuerzo hacía que el calor se sintiera aun más junto al hambre que comenzaba a molestarme en mi estomago. Por unos momentos dudé en que dirección caminaría, izquierda o derecha, ambos caminos conducían a casa con unos 20 metros de diferencia en las distancias, ya que el correo se encontraba casi en una esquina. Finalmente fui hacia la izquierda porque sabía que ese camino tenía un poco más de sombra. _______________________________________________________________ Ahora... me sucede que no puedo dejar de pensar que ellos eran yo. Tampoco puedo dejar de llorar. No se donde estoy. A algún lugar llegué. No recuerdo bien cómo ni porque. Gente no hay. Tampoco se porque llevo la mochila que llevaba aquel día que me viene a la mente, ni porque soy mucho más flaco que lo que era, ni porque me tiemblan las manos y los pies al escribir esta última carta. No se que hago en un lugar cómo este, no se que hago en medio de un campo desolado cómo este. No se que son esas marcas en mis muñecas ni tampoco se que son esos moretones en mis brazos. No se por qué cuando abro mi boca no sale sonido de ella. Sólo a mi mente me viene el recuerdo de aquel día en el correo que te acabo de relatar… Creo que ese era yo y así pensaba. Creo que no recuerdo nada más después de aquel momento. Solo que estoy aquí escribiendo estas líneas en el reverso de una hoja vieja que llevaba encima. Sólo se que ahora soy yo. Que yo soy ellos y que no me di cuenta. Que yo tal vez esté, ahora o después, en uno cuadrado de dos por dos. Que yo sea un cartel más en vaya uno a saber donde. Que cómo Olga 1973, yo no sea más que un David 2011 arañado en este poste de luz en el que apoyo mi espalda y del que no creo que me pueda levantar. El dolor, no es más ajeno. Tarde aprendí.

viernes, 24 de junio de 2011

DEMENCIA

Me llegó esto en la pata de una paloma mensajera que decía viajar en el tiempo! (la maté)
“Demencia” Hasta el momento, sus crisis de personalidad, que en general dependían del estado de la luna, no habían llegado a nada grave o por lo menos a nada muy grave. Enfadarse porque lo habían derrotado en la batalla de Poitiers, decir que acababa de quemar Roma o proclamar que lo iban a crucificar eran algunas de las cosas que solía hacer cuando le agarraba su “raye”. Por lo habitual sus otros yo no eran elegidos al azar, sino que coincidían con algún libro leído o una historia que le habían contado. Es decir que Esteban elegía inconscientemente a su personaje y por un rato, a veces una hora o tal vez tres o cuatro, se comportaba como si no fuese él, sino como otra persona. Pese a que parezca muy raro, este trastorno nunca le generó problemas en su carrera militar, según algunos por el alto rango que poseía su padre, según otros debido a que realmente no era un problema serio. Y a decir verdad, no lo era, por lo menos hasta ese entonces. Pero como era de suponerse un día la cosa pasó a mayores. Ese triste día se remonta a los días en que Esteban se encontraba de campaña en el nuevo continente recientemente descubierto por Cristóbal Colón para los reyes de su querida España. En ese momento, la campaña se encontraba asediada por los nativos del lugar. La situación no era fácil, los indios atacaban con flechas de fuego de manera constante, su padre, el jefe de la campaña se hallaba en su lecho de muerte y sumado a todo esto había luna llena. En un día corriente de luna llena, Esteban hubiera sido encerrado en su habitación y hubiera delirado un rato solo. Pero ese día no tenía otra alternativa que salir y luchar por su vida. Como el joven lo suponía y más tarde lo confirmó escuchando una conversación de unos superiores que estaban al lado del fogón decorado tetricamente por tres cadáveres colgados de la horca, la resistencia estaba cerca de caer y pronto serían corderos de los rituales indígenas. La tensión fue creciendo y el nervioso guerrero comenzó a sentirse mal, como si un ejercito de elefantes se apoyara sobre su cabeza, se le revolvió el estomago, la espalda se le llenó de sudor y en su cabeza resonaron voces inventadas de extraños personajes que discutían a lo lejos entre si. Estos eran los síntomas comunes previos a las transformaciones. En ese momento nadie pensaba en el, ni nadie se percataba sobre lo que le estaba sucediendo o si alguien se percató, poco le importó. A pesar de que le pareció, no fue mucho el tiempo que paso entre el comienzo de los dolores y el desmayo; y tampoco lo fue, el tiempo que pasó el desdichado colonizador tirado en el piso inconsciente. Pero este breve lapso que duro el desmayo alcanzó para que Esteban cuando despertó comience a murmurar: -debo que tomar mis medicinas, debo comer carne de compatriota- , y así cuchillo en mano se fue en busca de una víctima. Esta no fue difícil de encontrar. Se acercó a un hombre que poseía un típico tapado español de piel de nutria y con un certero golpe de su puñal, le quitó la vida y de un gran mordisco le arrancó parte de su rechoncho brazo. Sintiose contento por haber saboreado carne humana, pero esta alegría le duro hasta que mordió un pedazo de metal, que rapidamente se dio cuenta que era el anillo del joven francés enrolado en el ejercito español. Y el soldado español que el pensaba había comido, yacía muerto a su lado con un flechazo entre los ojos. Se desesperó por completo ya que dentro de su selectivo ataque de canibalismo, había determinado que comer compatriotas le hacía bien y que comer extranjeros lo mataba. Es por eso que eligió cortar el sufrimiento antes que tener que soportar una lenta y dolorosa muerte por haber comido la venenosa carne extranjera. Con ese fin el delirante joven se quito la vida sin más decir que: -me voy, pero me voy feliz por haber llegado al centro de la tierra”. FIN